Mi relación con la comida




Nuestra relación histórica con la comida nos podría dar las clave del problema que tenemos para bajar de peso, alimentarnos es parte de nuestro mecanismo natural de supervivencia, desde antes de nacer recibimos “alimento” a través de nuestra madre, y posteriormente la lactancia. La leche materna además de los nutrientes necesarios para sobrevivir, nos provee bienestar. Desde que nacemos la lactancia materna garantiza el alimento y la satisfacción de la necesidad de contacto afectivo. Sin entrar mucho en detalles, solo para darles una idea, esta vinculación afectiva madre-hijo(a) es el comienzo de nuestra historia amorosa (o des-amorosa) con los alimentos.


En mi experiencia personal (incluso profesional) me ha sido de gran ayuda, hacer una memoria de mi propia historia sobre como es mi relación con la comida. Gracias a esta reflexión descubrí que tengo mentalidad de flaca atrapada en un cuerpo gordo, y que desde niña busqué en los alimentos una fuente de nutrición y no de placer.

Recuerdo que a mí mamá le generaba mucha ansiedad verme delgada, me llevaba con el médico y le insistía en que yo comía mal y que me diera vitaminas. Esa fue mi primera lección de nutrición “no necesita vitaminas, su hija está en peso, mientras coma lo que le apetece es suficiente, estar gordo no es sinónimo de salud” le reiteraba el doctor cada vez que iba revisión, cosa que no dejaba muy convencida a mi mami.

Mi mamá me contó que cuando ella estaba embarazada se alimentó muy bien porque estuvo en peligro de aborto, la pasó en cama casi todo el embarazo y sus antojos eran las típicas fresas con crema, y comía muchas verduras. Creo que mi mamá de forma muy innata sabía comer bien, pero era ansiosa y comía para tranquilizarse, además que en sus tiempos no había tanta información nutricional, pero aun así ella intuitivamente descartaba ciertos alimentos porque los consideraba dañinos, por ejemplo, nunca le gustó comprarme aguas de sabores en sobres, decía que eran “pura pintura”, ella cocinaba muy pocas cosas fritas, solía hacer guisos bajos en grasas, siempre incluía ensalada o verduras, aunque ella tomaba refresco, a nosotros nos preparaba agua fresca con poca azúcar (hay que tener en cuenta que en aquellos tiempos el azúcar no era un producto satanizado), en casa no había dulces (sólo en navidad), ella nunca me premió con dulces, no le gustaba comprarnos cereales, eran un lujo, pero también era algo que ella rechazaba, no le gustaban los productos enlatados porque precisamente sabían a "lata", a mí me daba de desayunar un licuado de leche con polvo de chocolate adicionado con vitaminas, azúcar y un huevo batido en la leche (porque yo no quería desayunar nada), créanme que en aquellos tiempos esto se consideraba sano.

Mi mamá tenía muchas amigas, y se reunían casi todos los días, ella me advertía que cuando fuéramos a sus casas no pidiera nada si es que no me lo ofrecían, así que yo veía grandísimas charolas de botanas y no pedía nada. Sí me gustaban, pero no me daban tentación Solamente aceptaba gustosa cuando me ofrecían jamón, queso y aceitunas, los disfrutaba mucho, eran mis tentempiés favoritos. Amé los quesos desde muy temprana edad, en casa de mi madrina, había un queso enorme que aunque olía a “patas” me fascinaba con los frijoles que me daban de cenar en su casa, acompañados de “chocomilk” (el mismo licuado de mi desayuno pero con mas azúcar y sin vitaminas).

Comía poco, tenía pocos antojos, era muy delgada (flaca) y creía que estaba bien alimentada. Hasta que llegué a la adolescencia. Antes de terminar la primaria, recuerdo que me enseñaron algo sobre nutrición: fuentes de proteínas, vitaminas, minerales, grasas, hidratos de carbono etc. No nos hablaron sobre alimentos malos, sino más bien, sobre alimentarnos bien, tener una “dieta balanceada”, no sé si ese fue el término que usaron exactamente, pero ese concepto fue el que yo usé por muchos años para alimentarme. A partir de ahí, le pedí a mi mamá que me prepara espinacas más seguido, que me hiciera hígado encebollado, que incluyera sardinas en nuestros menús semanales o pescado, y aprendí a cocinar avena con leche para cenar. Y subí de peso. Primero de manera intencional, me preparaba unos súper licuados de plátano, germen de trigo y miel y los consumía entre comidas y luego, seguí subiendo sin parar.

¿Qué hice mal?

No lo sé, en ese tiempo se contaban las colorías y pensé que quizás me había excedido, hice mi primera “dieta para bajar de peso” a los 15 años. Y bajé de 47.800 a 45 kilos  y no volví a subir por muchos años. De niña hacia ejercicio, nadaba, andaba en bicicleta, iba con mi papá a correr los domingos al bosque los colomos o al Club Guadalajara a patinar por horas y horas. A mis quince comencé a ir a los “aerobics” que gracias al vídeo de Olivia Newton John, el ejercicio me fue inculcado como "la panacea de la eterna juventud". Duré muy poco. No era lo mío.

Lo mío, lo mío, lo mío era el entrenamiento con pesas, desde los dieciocho hasta poquito antes de los treintas estuve inscrita en diferentes gimnasios, iba por horas, todos los días, comía lo que se me daba la gana, no subía de peso, aún “me cuidaba” de alguna manera, pero mi nutrición era una mal nutrición, desayunaba una coca cola con doritos, luego, un súper licuado de frutas con almendras y miel de abeja, comía mayormente ensalada, con alguna proteína, y aderezos de todos, casi no comía tortilla, ni pan, ni pan dulce, eventualmente pasteles, pizza, masticaba muchos chicles eso sí, cenaba en el GYM pollo asado, pasta fusilli sin salsa ni grasas, y verduras al vapor y mega licuado proteico con fruta y miel de abeja o endulzante artificial. En casa, a veces solo cenaba plátano y leche. Pero tenía panza. Un bodoque aguado muy probablemente herencia epigenética de mi madre (termino que se explica en un link que comparto abajo, es un tema muy interesante).

Y comenzaron las dietas restrictivas, más o menos a los 25 años y con 48 kilos de peso. Fui con la que daba pastillas, con el que inyectaba L-Carnitina, con la que me daba un elote para cenar, con la que me dejaba tomar coca light, hasta con una mata sanos, que tenía fila de 30 personas desde las 6:00 am y comenzaba a atender a las 11:00 am. Me mataba haciendo abdominales. Me compré un aparatito que daba “toques” para según esto, fortalecer los músculos abdominales y eliminar la grasa de la llantita y la barriga. Yo sé, suena obsesivo. Era delgada y saludable. Pero me faltaba tan poco para tener un vientre plano, que no me daba cuenta del esfuerzo inútil que estaba haciendo, pues aún seguía alimentándome mal, no intencionalmente, sino porque todo lo que en ese momento se consideraba sano, ahora se sabe que es dañino como la sucralosa o los productos “ligth”.

En el 2000 conocí al amor verdadero y mi obsesión por la "guatita" pasó a un segundo plano. El amor me dio hambre y varios kilos extras. Nunca había sido tan feliz en mi vida. Me sentía muy cómoda en mi relación, como aquel gatito negro que recogimos una vez en la calle, y que colocamos encima de un colchón y se quedó dormido por horas hasta el día siguiente, sabiendo que estaba a salvo. 
AÑO 2000

Alejandro, resultó ser un sibarita en cuestiones gastronómicas, amante de la buena comida, su lema: "comer ante todo mal y ante todo bien”, la abundancia en la mesa para él es prioridad, como todo buen enamorado me regaló chocolates y flores, pero también, me regalaba despensa, como sabía que mi ajetreada vida de servidora pública y estudiante de psicología, me dejaban poco tiempo para comer, él se encargó de proveer mi alimentación. Un gran y excesivo  proveedor. Cuando se podía me invitaba a desayunar, a comer muy seguido, a cenar a muy buenos restaurantes al menos una vez por semana, pero también a la nieve, a los elotes, al tejuino, a los tamales, a las paletas, a los tacos, a las hamburguesas, a los hot dogs, al cine con bolsa gigante de palomitas, crepa, sushi y Martini seco. dice que cuando me conoció, me vio tan flaca y "verde" que pensó que estaba enferma.

Y comencé a subir de peso, primero los brazos, luego la cintura y así pase a ser talla 7 pero solamente pesaba 51 kilos, ni siquiera tenía sobrepeso. Sufría mucho, me deprimía, lo culpaba a él pero también lo disfrutaba, ya tenía en mi historial gastronómico una extensa degustación de buena comida pero con él comí cosas que nunca había probado: tripas, callo de hacha, cordero, montalaya, corundas, churipo, atole de grano y otras exquisiteces, hicimos una fusión de gustos súper explosiva. Crecía mi amor y crecía mi cuerpo. Se me quitó lo "verde" irradiaba "salud". Y sólo cerré los ojos y me dediqué a ser feliz por cinco años.

Cuando comenzamos a planear ser padres, yo ya era talla 11 y pesaba 67 kilos, me di cuenta que algo estaba mal cuando quise correr para alcanzar el tren y no pude alcanzarlo porque el peso de mi cuerpo lo impidió, me puse a llorar. Después de un fracaso con un nutriólogo como tipo cetogénico (breve historia que no voy a contar pero que derivó en una colecistectomía), una amiga me recomendó con la mejor nutrióloga que he conocido Pamela Reindl en Guadalajara, aprendí muchísimo, cada consulta era una lección sobre nutrición, ella me enseñó a elegir mis alimentos, a poner en semáforo rojo a las hamburguesas fast food (que eran mi delirio), a comer lo menos procesado posible, a equilibrar mi menú diario, a ser inteligente ante la mercadotecnia y me ayudó a adelgazar 8 kilos, pero cuando me faltaban 3 kilos me estanqué, aunque llevaba a la perfección sus indicaciones y me mataba por horas en el spinning (volví al GYM). Pam me derivó con el endocrinólogo y resultó que tenía hipotiroidismo. ¿Casualidad o causalidad?.

¿Cómo puede ser posible que llevando aparentemente una nutrición sana durante los primeros 30 años de mi vida y en el momento más feliz de mi existencia, mi cuerpo haya colapsado? Tuve muchos problemas médicos, y tres cirugías en un lapso de 4 años, muchos estudios médicos, análisis de laboratorio, muchos especialistas, incluyendo una psicoanalista, muchos gastos. Ahora entiendo el origen psicológico de todo esto y me lo reservo para mí, pero el asunto del sobrepeso se preservó por largo tiempo en mi cuerpo.

En todo este tiempo junto a mi marido, aprendí a ser muy hedonista con la comida, cocinar gourmet todos los días, comprar “súper alimentos”, darle lujos al paladar pero también continúe cuidando mi alimentación. Subía y bajaba de peso, generalmente bajaba antes de navidad y luego recuperaba lo perdido y un poco más. Ya no volví a ser talla 11, pero era una talla nueve muy ajustada.

Hace un año, falleció mi mamá, nunca había estado tan triste en mi vida, pese a que, por un segundo la vida perdió todo sentido para mí, no me deprimí, lloré mucho ¡por supuesto! y miren que por experiencia propia yo sé de depresiones, uno de los síntomas del hipotiroidismo es precisamente la depresión, además, antes de conocer a Alex tuve trastorno distímico, que es una depresión crónica. Al contrario de deprimirme, comencé tener una especie de conducta maníaca, me dediqué al trabajo, a la limpieza de mi casa, a producir dinero, y a comer, comía demasiado, comí mucho, imparable, más que nunca. Llegué a pesar 78 kilos, soy de talla pequeña, mido 1:58 m. tenía obesidad desde antes, pero ahora sí se notaba, una amiga que es mucha más alta que yo, me regalaba su ropa, la mía ya no me quedaba. Los calzones me apretaban. Me dolían las rodillas. Me cansaba al subir escaleras.

Y un día me escuché en terapia diciéndole a un paciente como alcanzar sus metas, cada palabra que le decía para motivarlo, la escuchaba fuera de mí hacia mí y a partir de ese día, comencé de nuevo a cuidar de mi alimentación, basándome en lo aprendido con Pamela. Bajé tres kilos de noviembre a enero. El 11 de enero comencé con el reto Herbalife a los 6 días ya no me apretaban los pantalones. Estuve combinando dieta militar, con la fórmula Herbalife y con mis conocimientos de nutrición, dándome automasajes, tomando suplementos como cetonas de frambuesa y aceite de Slim & Sassy de Doterra, acupuntura, hieloterapia y aparatología estética, zumba y me compré de nuevo una cinturilla de esas que dan “toques” para dizque bajar la lonja, y sí bajé, 10 kilos más. Y luego me estanqué. Dejé de perder peso por ocho semanas y fue cuando me decidí a comenzar con mi nuevo plan de alimentación cetogénica y nuevamente volver al gimnasio, les platico brevemente en que consiste el plan:
  • Se basa en un riguroso control de los 3 macronutrientes principales: hidratos de carbono, proteínas y grasas. Esto dependerá de cada persona, de su edad, talla, peso y actividad que realice.
  • Se deben reducir al mínimo el consumo de Hidratos de Carbono, que no sólo se encuentran en los cereales (arroz, avena, trigo etc) sino también en frutas y verduras altos en “carbohidratos” y otros alimentos. En mi caso sólo incluyo 5% de hidratos de carbono, que equivalen a 20 gramos netos (es decir, los gramos de carbohidratos que contiene el alimento menos los gramos de fibra que éste mismo contiene). Los gramos permitidos se refieren a los gramos de Hidratos de Carbono que poseen cada alimento, no a los gramos que pesan los alimentos en sí.
  • El consumo de proteínas debe ser moderado, en mi caso puedo consumir hasta un 25% de proteínas que equivalen a 105 gramos de proteína, así que puedo comer variadito, por ejemplo 100 gramos de pollo tienen 19.9 grs. el cerdo tienen 22 grs. el pescado 18, la carne de res 20 grrs. 
  •  El consumo de grasas debe ser alto pero bien cuidado, en mi caso no debe exceder del 65% aunque yo tengo permitido hasta un 71%, hay una creencia equivocada de que en este plan lo que baja de peso es el consumo de grasa, pero no es así. Al reducir la ingesta de hidratos el cuerpo no tendrá el combustible necesario (glucosa), agotará las reservas de glucógeno y la principal fuente de energía pasará a ser la quema de grasas en el hígado. Si cuido los gramos de grasa que consumo y su calidad, por debajo de 90 gramos, mi cuerpo entrará en cetosis (un estado natural de nuestro organismo durante en el cual se producen grandes cantidades de cuerpos cetónicos en nuestro hígado, las cetonas son productos de desecho de las grasas, que el cuerpo usa como fuente de energía cuando los hidratos de carbono se reducen considerablemente o se eliminan de la dieta) y de esta manera obtendré que mi organismo consuma la grasa que tengo almacenada y no la que ingiero.
  • No es una "dieta", aunque muchas personas están acostumbradas a que se les den menús semanales para bajar de peso, en este plan le apuestan a un cambio en el estilo de alimentación de manera permanente aprendiendo simplemente a comer distinto, uno solito. Una de sus ventajas es que el hambre se reduce de manera notable, pero también se hacen varias referencias, en diferentes fuentes de información, sobre mejoría en el estado de salud. Como en todo hay sus fans y sus detractores. A mí me daba miedo, pero solo hay una manera de superar los miedos y es enfrentándolos. Aunque apenas voy en mi quinta semana, siento que me ha beneficiado no solo en reducir peso, también, duermo mejor, tengo más energía, mejoró mi vista, mi estado anímico y mental también mejoraron. 
  • NO ES UN PLAN ALIMENTICIO PARA TODO EL MUNDO, estoy en un grupo en Facebook de personas que llevan este tipo de alimentación cetogénica y veo que sufren mucho porque no pueden evitar los antojos, se sienten culpables, otros que suben de peso en lugar de bajar, otros que se la pasan añorando comer un postre, pan o un pastel, o que están como en una montaña rusa subiendo y bajando de ingesta de carbohidratos, pasando de dieta cetónica a dieta low carb cíclicamente. Así como ser vegetariano y principalmente el veganismo son una elección y una filosofía de vida, querer entrar en este plan requiere que te atrevas a romper tu propios patrones de conducta, creencias y que ésto te haga feliz, nada que no te haga feliz, se puede sostener como un hábito a lo largo del tiempo.

He leído muchos libros, blogs, páginas web, visto muchos youtubers y documentales para poder cambiar mi relación con los alimentos. Hay cosas que no volvería a comer aunque estén permitidas dentro del plan como las salchichas, hay cosas que me ha sido muy fácil dejar, como las frutas no permitidas, hay muchas cosas que ya había ido dejando en mi relación tormentosa con los alimentos, lo hice por voluntad propia y no estoy sugiriendo que todos deben hacerlo. Siempre he probado hacer cambios positivos, o que se han considerado positivos en su momento, sí traté de ser vegetariana, también de comer suplementos y alimentos para crecer el musculo  (como licuado de atún, caseinato de calcio, proteína en polvo etc.) y estuve estudiando minuciosamente el veganismo pero no me convenció. Finalmente, todas mis elecciones han sido a través de prueba y error. En 2003 dejé la miel de abeja por alergia y dejé de endulzar el café y otras bebidas con azúcar, en 2005 dejé de tomar bebidas alcohólicas, desde 2010 ya no comemos productos congelados, en año nuevo de 2013 dejé de tomar refresco, en 2014 comencé a tomar menos leche o elegir otro tipo de “leches”, ya tenía muchos años sin consumir productos “light”, en 2016 dejé de comer cereales de caja y muchos productos con etiqueta, tengo varios años sin comer fast food ni comida chatarra (salvo contadas excepciones), en 2017 bajé mi consumo de pasta y muchas modificaciones más (que en cualquier plan nutricional terminan siendo benéficas), porque resulta que fui con un médico a que me realizara un sistema diagnostico a través de un escáner que detecta los desequilibrios de todo el cuerpo incluso a nivel celular y propone un tratamiento basado principalmente en alimentación; gracias a ello, descubrí que comer cordero me hacía sentir muy bien, y que desayunar huevo me proporcionaba mucha energía y me quitaba el antojo de "picar" entre comidas. El tratamiento me quitaba muchísimos alimentos que aunque fueran “saludables” se suponía que para mí eran dañinos, y efectivamente, me curó todos los males que en ese momento traía y bajé de peso. Aprendí mucho del Dr. Sergio Gallegos. En este año he decidido dejar los edulcorantes y los suplementos.

Me siento muy bien. En este plan puedo comer muchas cosas que me gustan. En esta semana, varias personas me han dicho lo delgada que me veo. No estoy delgada, ¡pero ya se me caen los calzones talla grande! aún me falta, poco pero falta, el asunto es que vivo en una ciudad en donde el promedio de mujeres de mi edad tienen obesidad, y el resto, en su mayoría, sobrepeso, por eso ellas me ven "flaca" pero la obesidad en Chapala es una triste realidad que no está siendo atendida como una verdadera emergencia sanitaria.

Les invito a que reflexionen sobre su relación con la comida, les ayudará a conocerse mejor, su propio relato ordenado, les dará sentido a su manera de comer, así podrán entender que creencias les han “implantado”, que cosas les han “vendido· y cuanto nos han engañado. Aprenderán a soltar más fácilmente su “adicción” al azúcar o a otros alimentos, si es que la tienen, traten de cambiar su “chip mental”, repasando su historia van a encontrar como de manera simbólica, algunos alimentos han suplido necesidades afectivas. Les sugiero acudir a un psicólogo, para entender más sobre esto, estaría padrísimo. O si prefieren ir con un nutriólogo, igual se los recomiendo. Y si necesitan cambiar su manera de comer, ¡empiecen ya!.

Yo no promuevo ningún producto nutricional ni suplementos alimenticios, no soy nutrióloga y aunque en mi práctica profesional soy promotora de cambios, solo lo hago dentro del ambiente terapéutico y me baso en las metas personales de mis pacientes, no en mi estilo de vida o creencias personales. Mi blog lo hago principalmente para llevar un registro de mis avances, no como herramienta de marketing, para eso tengo una página con perfil profesional y en segunda, porque soy escritora compulsiva y en tercera para compartir mi experiencia.

Termino con una frase de Jürgen Klaric 

“El que no tiene capacidad de cambiar su forma de comer, jamás va a poder cambiar su forma de ser… tan tan”.



Aquí les dejo algunos link interesantes sobre el tema:
Cerebro de Pan (audiolibro) https://youtu.be/0-JleTuZJao


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